El “terroir” como núcleo de la creación de productos enoturísticos fue la clave de nuestro post anterior, vinculándolo con cepas autóctonas, con paisaje vitivinícola, con patrimonio lítico etc. En este breve repaso de ideas generadoras de producto, os quería proponer una reflexión en torno al vino en sí mismo, como patrimonio.
Hay vinos tan únicos, tan diferenciales... que en mi opinión, debieran ser protegidos y amparados como lo son los bienes de tipo cultural. Mantenerlos, conservarlos y transmitirlos a las siguientes generaciones es un principio de sostenibilidad y de compromiso social como lo pueden ser muchas de las prácticas que llevamos a cabo con paisaje, fauna etc.
¿Qué vinos podríamos considerar en este capítulo? Desde luego yo empezaría por el Jerez, una gran joya que lamentablemente nos cuesta vender especialmente en nuestro país. Consideraría también entre estas pequeñas maravillas, los rancios que en Montsant y Tarragona se oxidan al aire libre en damajuanas y garrafas, los vinos de la misma zona de garnachas sobremaduradas, el vimblanc... También me vienen a la cabeza el Fondillón de Alicante, muchos vinos elaborados con uvas de cepas prefiloxéricas ¡cuánta historia que contar con estas viejas viñas!... Una lista que podríamos hacer crecer con muchísimos ejemplos. ¡A ver si me ayudáis un poco añadiendo algunos vinos patrimonio de vuestra zona!
Os puedo contar mi experiencia al respecto. He visitado unas cuantas veces la Bodega de la Cooperativa de Falset-Marçà en el Montsant y he vislumbrado desde la lejanía las garrafas con el vino rancio a la intemperie. Nunca las he visto de cerca y las referencias a este vino y estos procedimientos son mínimas. Yo creo que contar con un producto patrimonio es contar con un valor diferencial crítico, a la hora de generar productos enoturísticos. Me parece que debiéramos empezar a poner en valor estos vinos, enoturísticamente hablando.
En este sentido me parece que el movimiento Slow Food con su compromiso de salvaguarda de la biodiversidad enogastronómica está resultando de gran valor a la hora de difundir y mantener vivo, patrimonios como los vinos de los que venimos hablando. Conozco que en Francia, los vinos rancios del Roussillon forman parte de los “Baluartes” del movimiento (Proyectos de apoyo para poner en el mercado productos tradicionales). ¿Podríamos pensar nosotros que nuestros vinos patrimonio tuvieran esa difusión que nos ampara la marca Slow Food y paralelamente empezar a crear productos enoturísticos en torno a estos vinos? (Por supuesto entre otras muchas acciones) GUIA SLOW FOOD
Hay que empezar a moverse y ser originales.
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